Como creadores, estamos rodeados de trabajos que influyen en cómo percibimos los nuestros: trabajos admirados de compañeros respetados, trabajos alineados con las tendencias actuales o, simplemente, ejemplos bien ejecutados de patrones muy trillados. Pero el trabajo que nos rodea tiene gravedad y nos arrastra hacia soluciones similares, y nubla nuestra capacidad de evaluar nuestro trabajo en función de su propio mérito.

Los creadores no se proponen emular, pero pueden derivar hacia opciones familiares y reconocibles en el vasto mar de posibilidades. Lo familiar es reconfortante. Cuando emulamos con éxito aspectos del trabajo que nos rodea, aunque sea inadvertidamente, nuestra mente nos engaña haciéndonos creer que hemos creado algo bueno, cuando en realidad simplemente hemos creado algo familiar. Nos parece correcto. Nos sentimos adormecidos y aceptamos lo reconocible.

Pero ahora es cuando hay que ir más allá.

Crear algo nuevo es un lugar solitario y aterrador. No hay nada con lo que comparar el trabajo, ningún refugio de lo familiar. Pero esta sensación de falta de conexión precede a los avances. El nuevo trabajo, por definición, no será familiar. Exige un salto de fe. Ninguna gran obra proviene de alguien que juega a lo seguro.