Todo producto es un reflejo del equipo que lo respalda. Al igual que las interfaces de usuario son el conducto entre los seres humanos y la funcionalidad de los productos, los productos son el conducto entre los clientes y el equipo de personas que resuelven un problema concreto.

No hay productos buenos o malos, sino equipos buenos o malos que hacen productos. El producto es una extensión del equipo. Cada detalle delicioso o interacción frustrante es el resultado directo de las decisiones tomadas por el equipo.

La era del software retractilado ha terminado. Antes, cuando un producto hacía lo que el cliente quería, podía utilizarlo sin cambios, indefinidamente. El punto de vista del equipo detrás del producto importaba muy poco. Si el zapato te queda bien, te lo pones.

Pero hoy en día, los productos de software son organismos vivos y en evolución. Ahora, el cliente va de copiloto en el viaje de desarrollo de un producto. Esto hace que la atención se desvíe del estado actual del producto y se dirija a futuras iteraciones. ¿Adónde llevará el equipo el producto a continuación? ¿Cómo van a tomar las decisiones difíciles de priorización? ¿Cambiarán los flujos de trabajo básicos? Los clientes están a merced del equipo.

Los clientes ya no compran productos estáticos, sino que compran el punto de vista y los valores del equipo que los respalda. Ahora deben confiar en que el equipo entiende a fondo el problema en cuestión y que no les dejará tirados con bolas curvas inesperadas y una mala priorización. La línea entre el producto y el equipo se está desdibujando, y ahora, más que nunca, la calidad del equipo es tan importante como la del producto.